El Vestido Azul


 “Muy señor mío, participo a vos, no haber mayor novedad en estas fronteras de mi cargo, solo si el día 24 del pasado febrero, resultó una india gentil muerta de un tiro de escopeta  de esta misión, con la cabeza toda rota, y dio la casualidad que llovió toda la noche, que borró el rastro, he hecho bastantes diligencias para saber quién fue el delincuente, y no le he podido lograr, solo tengo sospechas, que pueda ser un gentil que quería casarse con ella y no lo quiso, y este gentil se desapareció, en cuanto tenga razón de él, lo pillaré y sabremos la verdad.
San Vicente, 7 de marzo de 1807. De José Manuel Ruiz a Felipe de Goycoechea.”[1]


Esta carta la escribió el comandante de la frontera, José Manuel Ruiz, la noche del 7 de marzo de 1807. Estaba tristísimo y agobiado. Aun se oía  la lluvia que llegó hace unas semanas. La llegada de las aguas coincidió con la noche en que asesinaron a Camila del Refugio, una joven india gentil de la misión de San Vicente. En diciembre de 1806 fue la última vez que José Manuel la vio. “Qué pena que haya muerto”.

Se levantó de su hamaca una noche después, frente a él dormían los soldados de la misión de San Vicente, eran nueve. Voltea al cerro donde la vio por primera vez, fue en agosto de 1806, el venía de Mulegé. Ese día acompañó a las tropas a hacer la revisión matutina en los alrededores de la misión y en un grupo de indios gentiles estaba Camila; tras el tronco de un roble se asomaba viéndolos, quizá escondiéndose. Estaba desnuda, como lo están todos los indios que no abrazan el cristianismo y que rechazan la moral. Los soldados ya la conocían, porque le llamaron por su nombre. Le dijeron al comandante que era hija de una india cristiana y que el padre Fray Miguel la registró y bautizó en la misión, pero nomas creció se volvió una salvaje, una cimarrona. Lo soldados le gritaban vulgaridades y le dedicaban  señales obscenas. Camila parecía provocarlos por que se paraba encarándolos y viéndolos frente a frente. Así la conoció José Manuel; desde ahí, siempre que regresaba a la misión para pedir informes sobre el bastimento, el estado de las armas y del comportamiento de los indios, de forma secreta le preguntaba al capitán de la guardia sobre Camila. “Veo que esa Camila le despierta más que mero interés”. “Le aseguro  que no es más que eso”. “Pues lo dudo mi comandante”.

José Manuel Ruiz llegó el mes pasado a la misión, y le tría un regalo a Camila, un vestido azul que mandó a  traer desde el puerto de Mazatlán en un paquebote que arribó por la costa de Loreto. Manuel estaba decidido a cruzar palabras con ella, pero nomas se enteró del trágico hecho, que la guardia había encontrado a Camila en el monte con un tiro de escopeta en la frente, el comandante se encerró la tarde de 26 de febrero, y al canto del gallo del día siguiente se levantó muy pensativo.
A pesar de que para el 2 de marzo le entregaron el informe sobre el estado de la misión, quiso permanecer en San Vicente unas semanas más, esto para  disgusto de algunos cavos y del mismo padre Fr. Miguel, pues no era extraño que los misioneros dominicos tuvieran discordias con los soldados. Es más, José Manuel se encargó de dirigir la investigación sobre la muerte de Camelia. Al principio todo apuntaba a que Miguel Crisostomo, un indio cristiano, había sido el autor de tan cruel e injusto asesinato, pues se fugó de la misión el mismo día del incidente; ni los indios sabían dónde se encontraba. “Fue un crimen pasional”, decían los cavos. La tropa cruzó los cerros, los montes desérticos y no encontraron al indio fugitivo. Los soldados querían convencer a José Manual  de que ellos se encargarían de solucionar el delito, que se fuera, que no era necesario sustraerse de sus importantísimas responsabilidades por un pequeño caso como ese.

 Para la noche del 4 de marzo -mientras dormía- un cavo llegó corriendo a su casa de campaña; le avisó que habían encontrado al asesino y que el cavo Pedro del Monte le disparó en la cabeza al intentar escaparse, quedado el indio bien muerto en la barranca. “Que el caso ya estaba resuelto”.
José Manual maldijo al escuchar la noticia. Él había dicho desde el principio que al indio lo quería vivo, pero eso lo hiso pensar: “un disparo en la cabeza”, como también asesinaron a Camila ¿Quién puede hacer eso? ¿Un indio? Es más fácil que ellos roben diez yeguas a que consigan una sola escopeta.

Desde agosto de 1806 hasta ese momento, según los informes que Manuel recibió, no había reporte de ningún robo de armas. ¿Cómo un indio pudo haber conseguido una escopeta en la misión, si todas las que se distribuyen en la Baja California están registradas por la comandancia de la Frontera, y bien guardadas por los soldados? Además, los indios eran torpes para usar armas de fuego, ellos solo cazaban animales con arco y flecha. Manuel fue al lugar de los hechos, pero el indio fugitivo siempre no fue a quien habían matado.

Algo de lo que los soldados de la misión de San Vicente aseguraban, no convencía a José Manuel, quien cada vez estaba más seguro que ellos encubrían algo. Le resultaba más creíble pensar en un soldado escapándose por la noche para tomar por la fuerza a Camila; ella se resistió, y en un momento de furor, el soldado le disparó en la cabeza con su escopeta.
El día 5 de marzo le llegó una carta del gobernador Goycoechea, reprochándole su larga estancia en la misión.
El comandante tuvo que poner punto final a ese sueño utópico que se formó de Camila. El 7 de marzo de 1807, antes de partir de San Vicente, le envía un telegrama  al Gobernador Goycoechea para informarle sobre el estado de esa misión y de su próxima partida, en él escribe que no hay novedad, pero después agrega:

 “el día 24 del pasado febrero, resultó, una india gentil muerta de un tiro de escopeta  de esta misión, con la cabeza toda rota, y dio la casualidad que llovió toda la noche, que borró el rastro, he hecho bastantes diligencias para saber quién fue el delincuente, y no le he podido lograr, solo tengo sospechas, que pueda ser un gentil que quería casarse con ella y no lo quiso, y este gentil se desapareció, en cuanto tenga razón de él, lo pillaré y sabremos la verdad. ”

En caso de tener pruebas que  demostraran la culpabilidad de un cavo, era imposible juzgarlo, si ya de por sí la escolta estaba muy reducida; además ellos no se iban a delatar a sí mismos. La justicia por ningún lado le podía llegar a la difunta india.

 Con la esperanza de desmentirse al escuchar el testimonio del indio fugitivo, Manuel decidió quedarse a más tardar la tarde del 9 de marzo, haber si para entonces lograban encontrarlo, pues se corrían el rumor que se escondía entre un grupo de gentiles a ocho o nueve horas de camino.
Se llegó el día de su partida, y sin ver atrás el comandante se marchó de San Vicente con el vestido azul, pensando en que ya no estaría Camila a su regreso…

Wil Chávez Moreno


*Narración ficticia, recreada a partir de un documento del Archivo Histórico Pablo L. Martínez. Rf: Archivo Histórico de Baja California Sur “Pablo L.  Martínez”, (1807. marzo 7. San Vicente) José Manuel Ruiz informa a Felipe de Goycoechea sobre varios asuntos relacionados con el puesto que desempeña. (I/V-5/D-483/FF) (Bueno). Legible (R. 249)







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